
"Este murgón, mamá / este murgón / hoy le saca el cuero a la televisión." La poco complicada música del hit popular El camaleón, venía de perillas para que el centenar de integrantes de la murga Los mimosos de La Paternal dieran forma al ensayo de un complicado ritual, cada vez menos usado: cuando la semana que viene se inicien los festejos de un nuevo carnaval la agrupación será una de las 50 que todavía se animan a celebrar las fiestas mas tristes del alma-parque, el happening de la gente simple, muy simple.
Era la noche del  martes 13 cuando un pitazo del director ubicó en la realidad a los celebrantes.  Alberto Pajarito Pereira parecía un maestro cuando ordenaba, no muy dulcemente:  "A ver, che salame, forma en la fila y toma las distancias, a ver. Hace lo que  te digo." Frente a la fábrica de algodón Estrella, en Baunnes y Constituyentes,  rodeados de vecinos y vecinas que aplaudían las ocurrencias, Los mimosos  arrancaron, con las cuartetas más picaras: "El año 67 / fue un año de moda  nuevas / se vino la minifalda / acortando la pollera / Nosotros felicitamos / a  aquel que la moda trajo / porque ahora con las minis / Va a costar menos  trabajo." A un costado el inspirado vate que fabricó los argumentos escuchaba  embelesado cómo El Chino ("No, este que, me va a perdonar pero el nombre no se  lo doy a nadie. ¿Se cree que soy longi yo?") canturreaba sus intencionados  arranques poéticos. Alfredo Zerrillo es el diariero de la zona (con parada en  Nueva York y avenida San Martín) y también el afortunado autor de las letras:  "No son verdes como cree la gente —advirtió—, son verdaderas, críticas. Ve  ahora, ahora dicen pis en un verso. Escuche, escuche. ¿Pero quién no conoce la  palabra pis? Eso no es verde."
Más allá de la peculiar interpretación de  Zerrillo, de las críticas no se salva nadie: se llevan por delante la pinta del  galán Rodolfo Beban, las respectivas malas famas populares de la locutora Pinky  y dé la vedette Zulma Faíad, ni siquiera la figura del cura Grandinetti. Tampoco  quedan en pie los formidables baches porteños ("¿Sabe lo que pasa?: muchos de  nosotros tienen taxi y camiones") y la supersexy Isabel Sarlí ("Le falta un  chorizo"), insinúa con perversidad la parte final de la cuarteta que le han  dedicado.
Cuando desfilan oficialmente por los corsos se envasan en unos  trajes calurosos y aproximadamente horribles. El de Vicente Filardi (un murguero  fanático de 21 años) es un ejemplo. Es una levita azul, con una franja de color  rosa y cuello del mismo color, un uniforme que se complementa con una peluca  rubia y una galera repleta de adornos: plumas, moños, muñecas, luces, fantasías  que la engordan en un par de kilos. "Me ayudo mi mamá y un poco mi novia",  confiesa.
Cómo nace una murga.
A los 23 años Pepino Guilo  invierte sus días mascullando contra las deficientes carrocerías de los autos  nacionales: su oficio es pintor de autos. Es el rey del bombo, un as para  manejar esos mastodontes que pesan entre 8 y 12 kilos y un testigo de primera  mano en la historia de la murga: "En 1958 Argentinos Juniors casi sale campeón  de fútbol de primera. En agradecimiento a la hinchada algunos jugadores y un  dirigente nos regalaron un bombo, uno de los cuatro que tenemos ahora en el  conjunto. Al principio éramos 50 y ensayábamos en la esquina de Caracas y Juan  Agustín García. Ahora somos un montón y sacar la murga a la calle nos cuesta  100.000 pesos", reseña.
Para sobrevivir los paternales tienen una única  fuente de recursos: se imprime un programa con una lista de avisos, que  publicitan a los comercios del barrio: la vinería de Don Felipe, el almacén de  Santiaguito, la cartonería de Manolo. Al fin de cuentas, la cartelera les  reporta unos 100.000 pesos.
"Desde hace años no tenemos contras —asegura el  director Pereira, 25 años, cuidador en un garaje—. Imagínese qué responsabilidad  para mí dirigir esta banda. Para los que hacen murga, es como los brasileños,  ¿vio?: uno siente que ha nacido para esto. No por nada luchamos dos meses como  unos negros."
¿Para qué luchan dos meses?
Primero que nada, y ésa es la  respuesta casi común, "porque me gusta, porque lo siento en el alma." Quien más  correctamente lo explica es el diariero Zerrillo: "Yo salgo todos los años  porque cuando siento el bombo me da una especie de nostalgia. Son dos meses en  los que uno vive para la murga. Abandona el trabajo, la casa, tenga en cuenta  que hay muchos casados. A mí, por ejemplo, mi suegra me quiere echar de la casa.  ¿Sabe lo que pasa?: la gente piensa que los murgueros somos todos atorrantes,  vagos, fascinerosos, ladrones."
El horario normal de una murga en comisión se  inicia a las 16.30 horas y no termina hasta las 5 de la madrugada, como dice el  tango, con la última serpentina. El habitat natural de las murgas, comparsas y  agrupaciones son los corsos (tan venidos a menos) y los cines, que preparan  espectáculos durante los días de carnaval, en base a la presencia de los  saltimbanquis. Este año el corso de la Avenida de Mayo acaparará las presencias  más resonantes; habrá 10.000.000 de por medio como un desesperado intento de  revivir a ese, muerto llamado carnaval porteño. El último corso de la calle de  los gallegos fue en 1954 y los cachéts desde entonces han variado, pero no  mucho: una gran comparsa (unas 200 personas) puede exigir hasta 300.000 por cada  noche de desfile. Son caravanas muy completas: incluyen, además, números de  circo, . valientes tragasables, intrépidos tragafuegos, hábiles contorsionistas,  deprimentes tríos folklóricos, añejas vedettes. Otras bandas, menos exigentes,  acceden a ser aplaudidas tan sólo por 10.000 pesos para toda la compañía por  noche. Que no es un gran negocio el de la murga entonces, lo dice el precio de  los camiones u ómnibus en alquiler para transportar a la gente: no menos de  5.000 pesos la noche. Los instrumentos del grupo (globos, dados, estandartes,  corazones, mariposas), confeccionados en satén de colores muy brillantes, aun  terminados en casa por la nona, cuestan entre 3.000 y 8.000 pesos.
"Todo lo  que sea entretener y divertir a la gente es bueno, muy bueno", afirmó el  asturiano Longinos Viejo, en su despacho del Hotel Madrid, en la avenida de Mayo  al 1100, en donde recibió a Confirmado en su carácter de presidente de la  Asociación de Amigos de esa arteria. "Ya le dije al intendente los otros días,  que yo quiero alegrar al pueblo. Y él también estuvo de acuerdo."
El Nilo es  un cine de barrio colorido y tradicional: es el último refugio de las murgas  para 1968. Enrique Barbaglia, de la firma comercial que administra la sala de  San Juan y Boedo, en Buenos Aires, declaró: "El año pasado ya fue muy flojo,  pero cómo vamos a dejar de traer murgas: cómo vamos a romper la  tradición.
Por noche hacemos unos  100.000 pesos de recaudación a 300 pesos la platea. ¿Cuánto les pagamos a los  murgueros?: Y, unos 10.000 pesos por conjunto. ¿Qué? ¿Le parece poco?",  concluyó.
Este ano,  no. Juan José Piscitello se recostó en una de las sillas del gastado Café Unión,  una parada de guapos célebres en la Isla Maciel, .y confesó por lo bajo, más  bien avergonzado: "Anduvimos muy bien los años anteriores, pero ahora no  salimos. No hay plata y contra eso, viejito, no hay nadie que pueda". Los que no  salen son los créditos de la zona del Puente Avellaneda, la Como Salga Murga, la  representación de los 10.000 habitantes de ese apéndice del Riachuelo. "Se  necesita mucha plata para salir y, usted sabe, nosotros no vamos a corsos  bacanes, vamos a corsos de gente humilde, visitamos orfelinatos, les llevamos  golosinas a los pobres y a los internados. Además, todos nuestros integrantes  son gente de trabajo, pero que ganan muy poco dinero. Encima debimos soportar  muchos incendios en las villas vecinas".
Curdelas, pero no tanto
El año pasado cuando se cruzaron en el corso de aquel club de Saavedra, cada cual por su lado, integrando murgas rivales, sintieron que un nudo les traicionaba la garganta, que, curiosamente, sentían muchas ganas de llorar. Uno era el diariero Juan Carlos Brugorello (25 años, casado, 4 hijos); el otro, su íntimo amigo, Ezequiel Juan Galeán. "Nosotros nos conocimos en una murga y ahora somos como hermanos, más que hermanos. Y los días de carnaval —reconoció Galeán— voy a trabajar sin dormir, pero qué me importa; si no salgo en la murga. me tengo que encerrar en un ropero." Ahora, Brugorello y Galeán co-dirigen un conjunto de vieja historia, Los curdelas de Saavedra, plagado de gente de color.
En el barrio de las latas
El club se llama Agrupación  Juventud Oriente y a la entrada de esa casona de Olavarría al 700, a pocas  cuadras del estadio de Boca Juniors, un cartelón escrito con tizas de colores  informa: "Lunes, miércoles y viernes 21.30 horas: ensayo para la comparsa 1968."  A partir de las 9 de la noche un aluvión de socios y socias promueve la gama de  ruidos más infernales. Tanto que algunos vecinos prominentes, los integrantes  del grupo teatral Caminito han prometido denunciarlos a la policía si los bombos  unidos siguen filtrándose como subversión, en los esquicios de la pieza que  actualmente representan, Angelito, el secuestrador. Mientras, un angustiante  pinturón del hijo dilecto de la Boca, el pintor Quinquela Martín, pendía del  salón principal: -era la colaboración del maestro en la ardua financiación del  murgón. El presidente de la comisión de comparsa, Andrés Farro, recuerda sin  esfuerzos: "Estábamos un día de 1952 en la puerta del café de la esquina. Era  Año Nuevo: todos nosotros, con quince años menos, esperábamos con muchas  esperanzas un año más. ¿Por qué no salimos en estos carnavales? Ese año las  fiestas cayeron en el mes de febrero. Así nació esta murga, la Juventud Bar  Oriente, y desde entonces han sido varios primeros premios los que  conseguimos."
Pero, como ellos mismos reconocen, "la inflación nos mató". El  último año que tuvieron pasitos para salir fue hacia 1960: volver a la calle, en  1968, les insume 1.000.000 de pesos. Músicos (bandoneonistas, acordeonistas,  violinistas, trompetistas, bateristas, bombistas, etc.), una carroza que  representa la Ciudad Deportiva en miniatura, "y una troupe de humoristas muy  familiares"; un coordinado equipo de adolescentes que bailan y portan extraños  instrumentos (zambombas, martillos, chapiteros) harán lo posible por justificar  un título demasiado ampuloso, tal vez: la murga más numerosa del carnaval de  Buenos Aires. La más organizada y cara, también.
Este año las clásicas  rumberas de las murgas serán, por fin, mujeres y no homosexuales como hasta  ahora. Están cansados, claro, de las arduas, terribles peleas que los singulares  maricas despertaban con sus provocaciones, con sus meticulosos disfraces de  mujer. "Ahora ya no nos peleamos más", aseguró un integrante de la troupe de  Paternal: "Banda rival que pasa, todos nos paramos y aplaudimos. Sí, señor,  aplaudimos." En tanto, la compulsa es unánime: no menos de 5 agrupaciones de  enloquecidos bailarines invirtieron sus últimos pesos, pergeñaron los trajes más  encendidos y reservaron pasaje para pasar este carnaval en la provincia de  Corrientes, la celebración más famosa del país. Cada uno de los 11 días tendrá  para los conjuntos apetecibles recompensas: hasta 3.000.000 de pesos en premios  para los de primera categoría.
Revista Confirmado
febrero 1968